viernes, 11 de febrero de 2011

El Pueblo Azul

Entre las inmensas montañas del Rif, escondido entre los picos gemelos de Tisouka y Megou, encontramos Chefchaouen, una ciudad donde el tiempo parece detenerse para el viajero.
La ciudad aparece ante la vista tras un vertiginoso viaje por las montañas de esta cordillera del norte de Marruecos, y en la primera bocanada de aire que tomamos al entrar en el pueblo, podemos apreciar el aire limpio y fresco que nos invita a quedarnos unos días para conocer la ciudad.
Cuando nos adentramos en su medina por cualquiera de sus cinco puertas, nos sentimos como si hubiéramos retrocedido cien años, los olores que flotan en el aire nos inundan de nuevas sensaciones y nos invitan a perdernos en sus calles de color blanco y azul, que contrastan con las telas y especias de cientos de  colores que los hombres, vestidos con chilabas, el traje habitual marroquí, venden en pequeños puestos.
La mezcla de sonidos desconocidos nos guía por sus calles llevándonos, casi inevitablemente, a la plaza central del pueblo, Utta el Hamam. En ella encontramos la Gran Mezquita con su peculiar planta octogonal y su bello minarete.
Al lado de la mezquita se encuentra la Kasbah, que es un escondite ideal para el turista que quiera escapar del acoso casi constante de los jóvenes que los restaurantes tienen a modo de reclamo, de los oportunistas que lo mismo te ofrecen un hotel que hachís, y de los niños, que, queriendo ser mayores demasiado rápido, también intentan sacar beneficio de los turistas despistados.
Tras esta parada, es hora de volver a perdernos en las calles cada vez más empinadas y donde nunca vamos a llevar un rumbo fijo, ya que siempre vamos a encontrar callejones que nos incitan a seguir sorprendiéndonos con sus fuentes, escaleras, y sobre todo con sus colores a los que la vista nunca parece acostumbrarse.
Si intentamos llevar un rumbo ascendente, llegaremos a la hermosa cascada de Ras el Maa, donde vamos a poder relajarnos con el ruido del agua, visitar los molinos hidráulicos aún en funcionamiento, ver a las mujeres haciendo la colada manualmente y observar como los habitantes reunidos bajo las higueras beben té con menta y charlan apaciblemente, sin darse cuenta de que son privilegiados al tener su propio rincón lejos del estrés y la locura que caracterizan el mundo actual.

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